Último día en Praga. Mañana por la mañana regreso a Barcelona. He dejado más o menos mis cosas ya preparadas, con la intención de dedicar la tarde a pasear por la ciudad vieja a modo de despedida. Mi propósito original era llegarme hasta el café Slavia para tomar allí algo y disfrutar una vez más de ese lugar que tan buenas sensaciones me dejó el otro día. Pero el destino ha querido que, en mi deambular por las callejuelas de Praga, buscándolas cuanto más angostas y menos transitadas fuera posible, diera al fin con un café que, desde la acera y a través de los cristales, ha llamado mi atención. Para variar, he dudado unos instantes; he pasado de largo; he regresado sobre mis pasos; he mirado disimuladamente, otra vez, a través de los cristales, haciendo como que me interesaba por un cartel que anunciaba desde el vidrio no sé muy bien que, pero con la verdadera intención de inspeccionar una vez más el interior del lugar; y, finalmente, me he decidido a entrar.
No sé si es que mi corazón está hoy especialmente sensible, tal vez por la nostalgia de la despedida, o por el filtro romántico a través del cual vemos las realidades que no nos pertenecen (como, por ejemplo, las hermosas ciudades en las que no vivimos), pero ahora me siento como si mejor que aquí, sentado en esta mesa del café Retezova, no pudiera estar en ningún otro lugar del mundo.
El café literario Retezova no es muy grande. De forma rectangular, las paredes son lisas, de un color ocre claro, y están llenas de fotografías en blanco y negro de personas que, a todas luces, son artistas. Supongo que escritores; tal vez también pintores, escultores, músicos… Los techos son abovedados y las lámparas de luz cálida que brotan de las paredes proyectan algunas sombras sobre ellos, porque las bóvedas no son lisas. La barra es de madera oscura y se encuentra adosada más o menos a mitad de la pared derecha, de frente según se entra. Tres grandes y arabescas alfombras cubren casi la totalidad del suelo, y sobre ellas se distribuyen aquí y allá mesas de madera (casi todas de gran tamaño) redondas, cuadradas y ovaladas; rodeadas por sillas de formas dispares. Y para finalizar, el pulso que da vida a este acogedor entorno lo ponen las personas que se encuentran, al menos hoy, en el café. Más hombres que mujeres, por lo general de mediana edad, pueblan las mesas en pequeños grupos junto a sus cervezas , sus papeles, sus libros, sus conversaciones que, embriagado por el clima del lugar, se me antojan, como poco, interesantes. Como yo, un par más de solitarios se concentran en su lectura.
Realmente pienso que esto no se encuentra todos los días, ni en todas las ciudades. Realmente pienso que es maravilloso que sigan existiendo estos lugares y las gentes que, a uno y otro lado de la barra, lo hacen posible.
Un hombre robusto, de unos cincuenta y largos años, blanca barba en su redondo y rojizo rostro, y con el pelo largo anudado en una cola a la espalda, entra en el café junto a una mujer morena, bastante más joven. No quedan mesas libres ya en la Literarni Kavarna Retezova. Pero mi mesa es grande y yo estoy solo en ella. Me preguntan, supongo, si se pueden sentar. Me disculpo porque no hablo checo (en mi inglés) y les invito a compartir la mesa redonda, con su cenicero en el centro. Intercambiamos saludos. Al poco, después de despojarse de la ropa de abrigo, inician su conversación mientras ella le muestra algunas fotografías en blanco y negro (esta vez no son retratos). Ahora el café está bien lleno. Dentro de poco debería marcharme: nada que sea bello dura demasiado. Me deleito un rato más en el ambiente…
Hola Diego,me encanto tu relato, hiciste que me transportara hasta ese cafe en un tranvia de sueños, la forma en que describis el lugar y tus experiencias, dan ganas de ir a Praga y perderse por esos cafes antiguos tan llenos de magia, historia, misterio y gente de todas partes…..que seguro que cada de ellos aporta su encanto al lugar,,,,,,gracias por compartirlo!!
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